Jurando por el tacataca


Hoy he sido invitado a asistir a la jura de bandera de la escuela de la Graña de unos doscientos alumnos. Entiendo la alegría de sus familiares al ver a sus niños dando besitos a una bandera de trapo y también como no, que acudan de diferentes puntos de la geografía española para asistir a a ese día tan importante en la vida de sus niños, después claro está de la primera comunión, el día que el niño se fumó el primer porro o el día en que le dijo a la madre que se quería casar con su amiguito Paco, compañero de promoción de marinero maniobra.
Después de casi dos horas y media de infierno comienzan a salir en desbandada por unas pequeñas puertas (dos para ser exacto), entre galones, medallitas del niño Jesús y demás. Veo que se acerca desde el fondo un grupo de personas a velocidad tortuga impidiendo la salida de la gente y cual es mi sorpresa que entre la multitud de marineros, cabos, suboficiales, amigos, amigas, más amigos, oficiales repeinados, mujeres, queridas y un cura que debía pesar doscientos kilos, aparece una abuelita con un tacataca. Yo comprendo que la abuela deseé ver a su nieto en ese momento tan bonito, pero hay veces que es mejor que la familia interceda y le diga a esa buena abuelita que lo verá en un video (de calidad vhs, no hay que perder la calidad) o en una foto tamaño 20x20, en ese día tan señalado. La pobre abuelita no dejaba salir a nadie (sus razones tenía claro está) y los recien jurados estaban negros (no me quiero meter con esa familias africanas que también juran bandera), deseando como alma que lleva el diablo cojer esos cochazos cupra y salir pitando a sus bonitas localidades sureñas (vease Cartagena, Chiclana, Zan Fernando, etc). Al final la buena abuelita pudo salir, la metieron en una ranchera como si acabaran de comprar un mueble en el IKEA y se la llevaron en coche mil kilometros sólo parando en la gasolineras a repostar y poder llegar a ese expléndido mediterraneo.

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